El derrumbe industrial de Francia ha superado los pronósticos más pesimistas; por tercer trimestre consecutivo, la industria registra un retroceso.
GoodYear ha anunciado que cierra su planta de Amiens, dejando en la calle a 1.200 trabajadores. La patronal de Titán, que controla GY, acaba de desmentir la posibilidad de un acuerdo que preserve parcialmente las fuentes de trabajo. “Titán -dijo su mandamás- prefiere comprarle a un fabricante de gomas chino o indio, pagar menos de un euro la hora y exportar todas los neumáticos que Francia necesita”. Las expresiones agraviantes, acerca de la indolencia de los obreros, desataron una indignación popular. Una gran manifestación frente a las dependencias centrales de GoodYear fue duramente reprimida por la policía. En la misma participaron obreros de otras industrias cuyos dueños amenazan con recortes drásticos de personal, como los consorcios automovilísticos (PSA Peugeot Citroën y Renault, Arcelor-Florange, el grupo farmacéutico Sanofi).
La política socialista no difiere de la que vienen llevando sus pares en Europa. La “mejora de la competitividad” tiene como eje una drástica reducción de los costos laborales y un incremento de la precarización y flexibilización de las condiciones de trabajo. El gobierno galo pone como ejemplo lo que entiende ha sido el “éxito” del rescate de las automotrices (GM y Chrysler), por parte de Obama. El juicio es apresurado. Omite el fenomenal desguace que sufrió la industria, que se ha adaptado a un mercado disminuido, y la enorme confiscación del capital acumulado por los trabajadores en concepto de derechos de jubilación y salud. El capital de las empresas rescatadas continúa, en parte mayoritaria o significativa, en manos del Estado (nacionalización parcial) y del sindicato automotriz. Mediante jubilaciones anticipadas fue sustituido un personal de 75 dólares la hora de costo laboral, por otra de 20 dólares y 12,5 el salario horario. La reforma laboral recientemente acordada en Francia con las patronales y las centrales sindicales es un paso en este sentido, pero debe afectar una escala de industrias relativamente mayor.
Se estima que la capacidad de producción en Europa “excede los 5 millones de unidades. Para cerrar este desfasaje es necesario el cierre de más de 70 plantas y la destrucción de 115.000 puestos de trabajo”. El Estado francés resiste el recurso a la nacionalización parcial, porque, en un mercado común, su éxito dependería del resultado de la competencia con la industria automotriz alemana.
Fiat ha anunciado que haría frente a la competencia de VW a partir de una plataforma internacional de fabricación con Chrysler, lo que deberá provocar la destrucción del autopartismo italiano. Francia e Italia se han convertido en el blanco principal de la política de recortes o cierres y de “relocalización” de los pulpos, que mudan las fábricas a países donde el costo laboral es sensiblemente inferior. Como un reflejo de ello, la inversión de las multinacionales en las sedes matrices viene cayendo notablemente. El capital alemán ya produce en masa desde sus plantas en Europa oriental.
El fracaso de la política socialista acentúa la perspectiva de nuevos sacrificios, confiscaciones y privaciones, y el estallido de rebeliones obreras.
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